Es un día como otro cualquiera, la nevera de tu casa está vacía y tienes que ir al supermercado a hacer la compra de la semana. Bajas las escaleras como de costumbre, feliz y tarareando esa cancioncilla que tanto se te ha pegado, con tan mala suerte que caes de bruces; “no pasa nada”, te repites, por suerte sólo te quedaban dos escalones para llegar al suelo y eres de buenos reflejos. Sabes perfectamente que ha sido a causa de un escalón en mal estado, al fin y al cabo no es la primera vez que estás a punto de tropezar por su culpa.

Un grupo de vecinos que se encuentran esperando en el patio, te señala erróneamente que la culpa ha sido sin duda alguna de tus zapatillas. Lejos de ayudarte, te responsabilizan completamente de la caída y te recuerdan lo despistado que eres. Haces caso omiso, te espolsas el polvo de los pantalones y sigues con tu camino. Una vez en el supermercado, observas que las puertas automáticas no se abren, probablemente estén averiadas. Una mujer que estaba saliendo rápidamente señala que seguramente esto se deba a tus zapatillas. Levantas el ceño, escéptico y sin entender muy bien la relación que acaba de establecer en su cabeza, pero entras al establecimiento encogiéndote de hombros y tratando de ignorarla. Llenas el carro de la compra de todo lo que te hace falta y, cuando vas a pagar, el datáfono marca error. Quizás tu tarjeta de crédito se ha desmagnetizado, no hay problema, tratas de buscar el efectivo en tu cartera, pero el cajero rápidamente te ofrece su opinión sobre la situación, a pesar de que no la hayas pedido: “Claramente esto se debe a tus zapatillas”

Todo este ejemplo suena ridículo, ¿verdad?, cualquier persona podría leer este fragmento y opinar que no tiene sentido alguno, que las zapatillas no guardan relación con la mayoría o con todos los incidentes que pasan a lo largo del día. Bien, ¿Qué tal si cambiamos algunos elementos de la narración? Vamos a suponer que, en vez de llevar esas zapatillas que tanta inquietud suscitaban a las personas de tu alrededor, eres una persona con discapacidad intelectual. Seguramente puedes imaginar ya el camino que estamos tomando y que, en efecto, la mayoría de las personas argumentarían concienzudamente que todo lo que te pasa a lo largo del día es, precisamente, a causa de tu discapacidad intelectual.

Ahora, vamos a tratar de complicar un poco más las cosas. Supongamos que, en vez de hacer frente a problemáticas tan tangibles, debes de hacer frente a sentimientos de depresión, ansiedad y tristeza. Responde con sinceridad, ¿crees que las personas de tu alrededor encontrarían una razón más allá de tu discapacidad intelectual para explicar esto?

A pesar del avance en materia social que constantemente realizamos como sociedad, todavía hay estigmas y prejuicios hacia ciertos colectivos que se aferran a la conciencia colectiva. Este es el caso de los problemas psicológicos y la discapacidad intelectual. Todos, independientemente de nuestras características personales, somos susceptibles de desarrollar en algún punto de nuestras vidas un problema psicológico a raíz de la existencia de varios factores. Sin embargo, para una persona con discapacidad intelectual, este diagnóstico será el único factor explicativo válido para cualquier problema psicológico que pueda experimentar. Los problemas psicológicos se entienden como parte inherente de la discapacidad intelectual, se normalizan e incluso se suavizan.

La evidencia empírica señala que la mayoría de personas con discapacidad intelectual se encuentran infradiagnosticadas o diagnosticadas erróneamente a causa de la misma; este hecho condiciona las posibles intervenciones terapéuticas y farmacológicas que se puedan realizar en el futuro, lo cual impacta gravemente su calidad de vida y salud mental. Y seguro que a ninguno de nosotros nos gustaría que se nos cerraran puertas, se nos obstaculizara o se nos impidiera acceder a una salud mental de calidad. Pero, ¿A qué nos referimos con salud mental? ¿Cuándo alguien es sano en ese sentido?

La mayoría de las personas suelen caer en el error de pensar que una persona sana mentalmente es aquella que no tiene problemas psicológicos. Pensemos durante un momento en una persona con diabetes, esta persona sigue una pauta médica y además ha adoptado unos hábitos de vida más saludables y que favorecen su bienestar en todos los sentidos. Seguro que pocas personas afirmarían que esta persona no es sana, independientemente de su diagnóstico. En el caso de la salud mental, la conclusión es la misma. No es más sana la persona que menos problemas psicológicos experimenta, sino la que cuenta con más herramientas y estrategias para hacerles frente adecuadamente. La figura del psicólogo es fundamental y necesaria para proporcionar estos elementos a partir de intervenciones psicológicas basadas en la evidencia, apoyadas por la literatura y centradas en la persona, su bienestar y sus necesidades actuales y futuras.

Desde el área psicosocial de Asindown queremos aprovechar este 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, para remarcar la importancia de un acceso a servicios psicológicos de calidad para todos y todas, sin dejar a nadie atrás. Reivindicamos la necesidad de una sociedad crítica, que desvincule el concepto de problema psicológico como algo inherente a discapacidad intelectual, y que apueste por conocer a las personas, independientemente de sus características, libres de prejuicios y estigmas. La salud mental es igual de importante en todos a pesar de las diferentes realidades que nos acompañen, y por desgracia es un concepto que todavía no ha cobrado la relevancia que merece. Al fin y al cabo, si dedicáramos el mismo tiempo que se invierte en mantener la salud física a cuidar y mantener la salud mental, no haría falta escribir todo esto.

Hasta que llegue ese día, en la Fundación Asindown realizaremos todos los esfuerzos necesarios para divulgar sobre la importancia de la salud mental y defender unos sistemas de atención psicológica de calidad.

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